martes, 28 de julio de 2009

El Abogado del Diablo

por Andrés Felipe Loaiza Colorado
loaizacolorado@gmail.com

Yo nunca he recurrido a una “Dama de compañía” (prefiero no llamarlas prostitutas), y aunque no creo que lo haga, pero es fácil ponerlo en duda al conocer mujeres como “Natalia”, “Evelyn”, “Verónica” y “Tatiana” (más conocida como ‘La Chusca’). Y vuelvan a leer lo que acabo de escribir: “mujeres como…” porque lo son en todo el sentido de la palabra. Belleza les sobra para envidiarle a ninguna otra; además, la belleza aquí no es lo importante; sino que son mujeres como cualquier otra, con sentimientos, necesidades, familia, días buenos y malos, sueños e ideales; ya sé que en estos momentos deben juzgarme a mí por lo que estoy haciendo, defendiendo una causa que todos ya consideran mala o perdida. Pero cuidado; sí, saldo en defensa de las mujeres que, sin importar que haya sido por gusto o necesidad, llegaran a la prostitución.

Quiero ante todo hacer una “defensa” o reivindicación. Es este oficio el que reúne todos los “MÁS”:
El más reflexionado y analizado. Es mucho lo que se ha dicho, estudiado y abordado sobre las damas de compañía (no quiero llamarlas prostitutas). Todos de una u otra forma terminan juzgándolas, cosas que yo no quiero hacer.
El más duro. No creo que sea fácil tener sexo con una persona gorda y fea (y yo me incluyo en los segundos). Hasta quienes las juzgan creo que concluyen lo difícil que puede ser su labor.
El más injusto. Tan fácil como el concluir que casi siempre se le echa la culpa de acabar matrimonios, cuando “ella - el” fue sólo la válvula de escape por donde afloró el problema.
El más antiguo. Y lo defino muy escuetamente, mientras haya demanda, habrá oferta; en otras palabras, mientras haya ganas habrá quien le colabore.
El más solapado. Y no lo digo por quien ofrece el servicio. Es solapado porque nos escudamos o escondemos para buscarlas.

Es muy sencillo, las defiendo porque todos las juzgan, rechazan o ignoran. Es más, las juzgamos en público y en privado las alabamos.


Todos de una u otra forma (consciente o no) estamos juzgándolas. Es paradójico porque manejamos cierto grado de hipocresía. Sé que estoy siendo “Abogado del Diablo” porque estoy haciendo algo que pocos harían, pero me bastaron pocas horas (no piensen mal) de entrevistas con algunas de estas chicas, para dar el salto del juez implacable a defensor. Digamos que ya no miro con los mismos ojos una realidad que en la medida en que me acerqué a ella se me hizo familiar; a veces eso es lo que nos hace falta para acabar con mitos y prejuicios sociales, donde todos, aunque no terminemos defendiendo al Diablo, por lo menos entendamos su forma de actuar.